En EEUU no se puede escribir en libertad

MOCA_bandera

No se puede escribir en Estados Unidos

Por Andre Vltchek, 19 de junio de 2015
Imagen: Feel The Flag: Bennett Simpson on William Pope.L: Trinket
En el Museo de Arte Contemporáneo de Los Ángeles (MOCA), ondea una gigantesca bandera con los bordes rasgados bajo el viento creado por unas enormes hélices.
No vi ningún visitante en la exposición. Durante un tiempo pensé que todo este enorme espacio estaba vacío, sin nadie. Pero pronto me di cuenta de la presencia de dos figuras con sus vestidos negros deshilachados, que se movían lentamente, pasaron por los estantes de la derecha, cerca del lugar donde alguien había puesto un pequeño cartel en la pared que decía “No puedo respirar”.
Pensé que se trataba de una actuación, una acción desesperada de protesta de un hombre y una mujer contra esa gigantesca bandera carnívora que todo lo devora.
No puedo respirar”, gritó el hombre antes de morir, antes de ser asesinado por el Régimen.
No puedo escribir”, pensé yo, que para mí es casi lo mismo que no poder respirar.
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Ha sido la primera vez en muchos años que durante varias semanas no he podido escribir mis columnas, ni avanzar en mis ensayos.
Cuando fui arrestado en la República Democrática del Congo, en Kenia o en Senegal, pude seguir escribiendo, a pesar de todo.
También me las arreglé para escribir después de que un predicador desquiciado y fascista tratase de envenenarme en un hotel de la ciudad indonesia de Surabaya.
He escrito en los lugares más inverosímiles, en zonas de guerra o en ruinosos tugurios, desde Irak a Mindanao, desde Haití a las Islas Marshall.
Pero no podía escribir en Estados Unidos de América. Ni una sola línea, ni una sola palabra. No esta vez.
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Hablé. Me invitaron a hablar y di algunas conferencias en el sur de California, y participé en reuniones de la oposición en Monterey, San José y Fresno.
Me pidieron que hablara de mi libro de 1.000 páginas, Destapando las mentiras del Imperio, que está teniendo un enorme éxito de ventas, en el que defino mi postura contra el Imperio, mostrando los horrores que ha estado cometiendo en todo el mundo.
Mostré documentales, y extractos de otros, rodados en África: en Ruanda y el Congo, en los campos de refugiados de somalíes, y de los terribles barrios bajos de Nairobi.
Me pidieron que mostrase todo esto y mucho más, pero al final un hombre se puso de pie y me preguntó: ¿Por qué nos enseñas a nosotros todo esto?
Porque nuestro país está asesinando a millones de personas, en este mismo momento”, le contesté.
¿Qué quieres que hagamos?, me preguntó de nuevo con aquella voz fría.
Al decir esto, yo todavía me estaba recuperando del fatigoso vuelo de 48 horas desde Sudáfrica, y apenas acababa de llegar a California el día anterior a la presentación. En Sudáfrica estaba entre compañeros. Allí todo es diferente: hay una lucha por conseguir un mundo mejor, la gente pobre se enfrenta y presiona a su Gobierno, en la UNISA ( la Universidad de Sudáfrica) los estudiantes están profundamente involucrados. Allí hablé en el 14º Simposio Internacional de las Aportaciones de la Psicología a la Paz. Allí hablé y hablé, luché y luché, me involucré en las negociaciones y ayudé en dar forma a los conceptos: de cómo se podría avanzarse hacia la paz y la justicia y de cómo no puede haber progreso en ninguna parte del planeta si no se hace frente al Imperialismo occidental y al fascismo.
Aquí, en California, todo es distinto. En California me he quedado solo, frente a las caras impasibles de una multitud autosuficiente, una multitud convencida de su superioridad, incluso cuando son benévolos y medianamente críticos con diversas acciones criminales cometidas por su país en innumerables partes del mundo.
No nos están diciendo la verdad”, oí que la gente repetía en varias ocasiones.
Los ciudadanos del Imperio están deseosos de describirse a sí mismos como víctimas. ¿No es el mismo espectáculo que en la Alemania nazi en la década de 1930? ¡Lo más probable es que sí! “Derrotada Alemania, se vio sometida a la hiperinflación, tuvo que ser rescatada, por lo tanto era una víctima!” Se sintió víctima de los bolcheviques, de los judíos y de los franceses, y de los gitanos… Estados Unidos no ha sido derrotado en el exterior, sino dentro de su propio país. Son dos configuraciones diferentes. Sin embargo, existen similitudes, sobre todo cómo dos imperios han tratado a las “no-personas”.
¿Cree usted que es la culpa es colectiva, que la responsabilidad es de todos?”, alguien me retó desde el público.
Por supuesto”, grité en contestación. “La responsabilidad y la culpabilidad es de Occidente, de la raza blanca, del Cristianismo, del Imperio. Una responsabilidad colectiva, y suya es la culpa por los cientos de millones de víctimas definidas como no-personas. Víctimas gaseadas, bombardeadas, muertas de hambre, mutiladas… una culpa colectiva y responsabilidad por las violaciones de la voluntad de miles de millones de personas en África, América Latina, Oriente Medio, Asia y Oceanía. ¡Una culpa colectiva y responsabilidad del actual apartheid mundial en curso!”.
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No sentí ningún apremio en las personas del sur de California, ni en la de Fresno, Monterey o San José. La vida pasa. Su vida… sobre otras vidas, de las que nada saben. En realidad, no saben nada.
Algunas veces protestan, para sentirse bien consigo mismos.
Yo estaba dando discursos, haciendo presentaciones, dando charlas sobre lo que vi en África y Oriente Medio: guerras perpetuas, destrucción de naciones enteras, millones de cadáveres acumulados unos encima de otros. Les ofrecí ejemplos y les mostré imágenes. Hice un análisis en profundidad sobre cómo Occidente se está convirtiendo en antagonista de China y Rusia.
En un momento dado comencé a hablar, con pasión, de las revoluciones en América Latina: de la poesía y la música, de la quijotesca belleza de una rebelión. Hablé de poetas como Neruda, Octavio Paz, Cardenal y Parra. Traté de encender a la multitud. Pero entonces, de repente, sentí que algo iba mal… un silencio de muerte. Miré delante de mí: la mayor parte de las personas que formaban parte de la multitud eran mujeres de más de 80 años de edad, algunas en sillas de ruedas, varias de ellas dormidas.
Los jóvenes de por aquí están ensimismados. No es fácil que se muevan…”, me dijeron.
Día tras día me cuestiono lo que estoy haciendo aquí, en el centro de un país que es responsable de terribles asesinatos en todo el mundo. Esto se está convirtiendo en una locura, con editores de una pseudoizquierda, publicaciones eurocéntricas, tanto de América del Norte como de Europa, que predican que la gente en España, en Grecia y en Estados Unidos sufre tanto como millones de no-personas en todo el mundo. Como si todos ellos no hubieran disfrutado de enormes privilegios a costa de la vida y la sangre de los africanos, los asiáticos y las gentes de Oriente Medio. ¡No, todavía sabía lo que estaba pasando! Todavía sabía quiénes han sido las verdaderas víctimas. ¡Tengo ganas de irme, lo más pronto que pueda!
Aquí, todo se convierte en algo insípido, el sentirse bien como algo anodino. Movimientos por la paz… ¡Ni negros, ni asiáticos, ni hispanos! No les preocupa nada de esto. Esto no es para ellos.
La gente que acudía a estas charlas realmente no quiere cambios, eso estaba claro. Tampoco querían saber. La información se ha podido consultar en muchos sitios, en RT, enCounterPunch, en otros muchos lugares, en realidad no había lugar donde no se pudiera ver. Pero saber significa que uno ya no puede esconderse tras la ignorancia; sabe lo que significaría estar obligado a actuar.
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Casi no quedan revolucionarios en Estados Unidos o en Europa, sólo masas moralmente difuntas, individuos sin emociones, falsos, egoístas asustados de perder sus privilegios. ¡ Al menos, los de derechas, son honestos en esto!
El Régimen saca partido al máximo de esta situación. Se alimenta y así mantiene el estado de cosas. Los Gobernantes y las masas hipócritas y egoístas son interdependientes: empujan en la misma dirección. Esta es la razón por la que no se rechazan con energía los partidos fascistas: casi todo el mundo en Estados Unidos y Europa quiere que continúe la explotación y la violación del resto del mundo.
¿Alguien cree realmente que esos manifestantes en España o Grecia están luchando en una batalla internacionalista, una batalla por la humanidad entera? ¿O no quieren simplemente que les devuelvan los privilegios sociales y económicos que les quitaron? Estos privilegios se mantuvieron hasta hace una década o dos, privilegios en forma de subvenciones y subsidios, mientras que millones de no-personas de todo el mundo estaban siendo saqueadas y ofreciéndose en sacrificio, gracias a lo cual sus compañeros perezosos de Europa o Estados Unidos podían mantener sus altos estándares de vida, porque nacieron blancos y en el lugar adecuado.
La Izquierda ha sido derrotada tanto en América del Norte como en Europa. Ha perdido vergonzosamente. Pero sigue siendo arrogante y se atreve a dar consejos a países como China o Rusia, con ese aire occidental de cristiana superioridad, se atreven a decir si China y Sudáfrica son o no socialistas o comunistas, o usan esa estúpida consigna de propaganda occidental: “más capitalistas que el propio Occidente”.
Durante mi estancia de dos semanas en California no vi ningún tipo de remordimiento. Cuando expliqué y dije que millones de personas están siendo asesinadas por el Imperialismo occidental, sabía que la gente diría “¡Qué terrible!”, porque sé que lo que estamos entrenados para decir. Pero no hay ninguna voluntad de cambiar las cosas, no hay un sentimiento verdadero.
Dondequiera que fuera, me sentí siempre fuera de lugar, sin encajar. Me dijeron que no mostrase imágenes demasiado impactantes, ya que la gente estaba “muy sensible”. Con el tiempo he decidido no mostrar ninguna imagen. Se entiende que debo ser educado. Todo lo que quería era lanzar a los rostros de aquellos hombres y mujeres autosuficientes las consecuencias de una tradición cristiana atroz, de que hicieran algo positivo, aunque ignoren todo el mal, con la finalidad de que obtengan algo de crédito de cara a la supuesta eternidad.
No dejaba de oír clichés sobre la Paz y la Democracia. Algunos querían justicia y el fin de las guerras, pero aferrándose desesperadamente a los símbolos del Imperio, el legado de sus antiguos colaboradores, como Vaclav Havel, Juan Pablo II, el Dalai Lama y la Madre Teresa…
No podía respirar. He perdido la capacidad de escribir. Sentí una enorme rabia dentro de mí. El enojo era tal que casi me estrangulaba. Una ira malsana, mezclada con frustración. No era una ira sagrada, la que uno siente en una batalla contra un gran mal. Todo aquella era algo indescriptible y patético. Me estaba rompiendo, literalmente, me sentía humillado.
Odio las peleas, y tuvo que participar en una de ellas.
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Traté de ver la realidad con otros ojos, pero siempre que miré me vi solo, en un país y una cultura tristes y disfuncionales, que se derrumban.
Conduje por autopistas llenas de parches y baches. Un sistema ferroviario primitivo. Me encontré con personas que en absoluto estaban interesadas en trabajar o mejorar su país. Sólo vi individualismo y egoísmo. Vi gente disgustada, pero fingen que están preocupados, por cortesía.
Pero esta falsa situación y el odio continuarán.
He visto un país donde los instintos humanos básicos y los valores positivos ya han sido arramblados.
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Vivir en una sociedad así es humillante. Fui a enviar un paquete. En la oficina de correos de Clermont me hicieron embalarlo tres veces, porque decía que yo no llevaba la caja adecuada, y tampoco se molestó en decirme cuál era. En la estación de tren, una mujer que golpeaba su teléfono inteligente, me dijo que allí no se vendían billetes. Así que tuve que salir, pese al enorme calor, y tratar de comprar uno en la máquina expendedora. Apenas se veía, el sol era implacable. Así que volví y le pregunté de nuevo. “Llame usted a la compañía ferroviaria y quéjese”, me dijo. “¿Puedo comprar el billete a bordo?” “No”, me contestó. “Y si usted va sin billete tenga en cuenta que puede ser arrestado”.
Todo empezó cuando llegué. Después de mi viaje de 48 horas desde Sudáfrica hasta el sur de California, las películas y los libros que llevaba para la conferencia no aparecían en el aeropuerto. Después tomé un taxi, pero nadie sabia con certeza a qué lugar tenía que ir. Estuve esperando en la calle durante más de una hora. Unos días más tarde, en otro lugar, la persona que supuestamente me tenía que acompañar apareció con dos horas de retraso. Cuando se lo comenté me empezó a gritar: “¡No querrá ir andando! “
No espero mucho de las personas que viven en un país que asesinan a millones de otras personas, pero la arrogancia que encontré me pareció alucinante. No sólo era la arrogancia del personal de seguridad del aeropuerto, sino la misma arrogancia de los ciudadanos de a pie.
También aprecié una increíble falta de disciplina. En China, en la India, en Vietnam, muchos serían despedidos si adoptasen esa actitud de los empleados estadounidenses. He oído muchas veces eso de “no quiero acabar trabajando como un asiático”. “Genial”, le diría. “Muy bien. Entonces querrá que otros hagan el trabajo por usted, o morir de tedio por su ineficiencia”. ¡Vaya disposición!
Luego emprendí viaje hacia Ecuador, y antes indiqué cuidadosamente cuál era el equipaje y su destino final. La empleada de Delta no tenía ni idea de dónde estaba Quito, y a las 5:20 horas de la mañana no estaba dispuesta a aprenderlo. Facturó mi equipaje sólo hasta México, y cuando protesté ( pues si no tendría que arrastrar mi maleta por la aduana mexicana y tendría que volver a empezar), me empezó a recitar una serie de reglas que se inventó en ese mismo momento. Insistí. Llamó al supervisor. Le dije que el equipaje tenía que viajar hasta Quito. Pero no tenía ni idea de cómo hacerlo. ¿Se disculparon? De ninguna manera. En absoluto, cuanto más insistí, más empecinada se mostraba ella.
Es evidente que el Imperio ha aprendido a asesinar a personas a larga distancia y cómo controlarlas desde lugares remotos.
Los ciudadanos del Imperio se quejan de que han perdido sus privilegios. Bueno, la mayoría los están perdiendo, pero ni siquiera se han enterado todavía. Ningún país fuera de la esfera occidental podría sobrevivir con semejante ética del trabajo, un trabajo tan mal hecho.
En Occidente, ser de Izquierdas significa exigir mayores privilegios y beneficios para los occidentales, por lo tanto, mayor explotación para los trabajadores esclavos del extranjero.
Para nosotros, la izquierda significa internacionalismo.
Son dos visiones antagónicas, una cuestión nada baladí. Los objetivos de la Izquierda en Ecuador o Venezuela se resentirán si la Izquierda gana en Occidente.
¡El colonialismo no ha muerto!
El Apartheid todavía no ha sido desmantelado; se ha extendido por todo el mundo.
La esclavitud ha sido rebautizada, pero continúa.
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Durante esas dos semanas conocí a algunos de los más destacados pensadores estadounidenses: Michael Parenti y John Cobb. Hace algún tiempo trabajo en dos libros con Michael, pero éste es nuestro primer encuentro cara a cara. Discutí sobre el Cristianismo con John Cobb, tratando de definir las atrocidades que se cometen en nombre de la Cruz. Fue una discusión profunda, filosófica, y vamos a reflejarla en un libro, pronto.
También pasé una noche maravillosa en Los Ángeles con el editor de CounterPunch Joshua Frank y su esposa Chelsea, ambos muy brillantes y de buen corazón. Fue divertido hablar con ellos.
He trabajado con el activista Dan Yaseen y su compañera Camille.
Sí, hay personas brillantes y buenas que viven en Estados Unidos. Pero incluso ellos admiten que se trata de un muy pequeño número de personas para el tamaño del país, demasiado pocos como para detener los crímenes que el Imperio está cometiendo.
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Me quedé muy sorprendido por el estado en el que he encontrado a Estados Unidos.
Me fui de este país hace muchos años. Salí de Nueva York hace más de una década, del que fue mi hogar. Nunca he vuelto, excepto para presentar mis libros y documentales, y ver a mis amigos. Nunca he permanecido mucho tiempo. Dos semanas en esta ocasión ha sido el período más largo de estancia en estos años.
Esta visita me ha destrozado por completo. Me ha agotado y me ha deprimido.
He visto una grotesca pseudomoralidad, repugnantes conceptos religiosos, hipocresía, naciones enteras arruinadas, Estados cliente, por todo el mundo, sobre todo en Asia y África.
Sí, creo que la culpa es colectiva. Teniendo la nacionalidad estadounidense, también comparto ese sentimiento de culpa. Y por ese motivo trabajo sin parar, no para lavar mis manos, sino para detener esta locura.
Estoy convencido de que Occidente, la raza blanca y sus lacayos del extranjero, no tienen derecho a gobernar el mundo. He visto lo suficiente como respaldar esta convicción mía.
Occidente está muerto. Lo que queda es poco atrayente, incluso aterrador. No hay corazón, ni compasión, ni creatividad. Millones de personas de más allá de las fronteras de Occidente no debieran estar muriendo, mientras que se les obliga a apoyar el agresivo individualismo de la era post-Cristiana, el colonialismo de la post-Cruzada y el fascismo de Europa y Estados Unidos.
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Durante estas dos terribles semanas mi capacidad de escribir se desmoronó, pero sólo hasta el momento en el que el tren de aterrizaje del avión, que se dirigía hacia el sur, hacia América Latina, se separó de la pista de aterrizaje del aeropuerto de Salt Lake City.
Después de todo esto, todo se tornó más normal. Los motores rugieron, abrí mi ordenador, y comencé a escribir de nuevo. Cuando aterricé en la Ciudad de México, la mitad de este artículo ya estaba escrito. Y en Quito, rodeado de calidez, de la amabilidad de la gente de allí, sobre todo de los indígenas, me sentí feliz, fuerte y vivo una vez más. Empecé a escribir, tuve la oportunidad de escribir. Por tanto, sobrevivo. Mi pesadilla había terminado.
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André Vltchek es novelista, cineasta y periodista investigador. Ha cubierto varias guerras y conflictos en varios países. Su Point of No Return se ha reeditado recientemente.Oceanía es un libro sobre el Imperialismo Occidental en el Pacífico Sur. También ha escrito un polémico libro sobre la era post-Suharto y el fundamentalismo de mercado: Indonesia: The Archipelago of Fear. También ha rodado documentales sobre Rwanda y el Congo. Ha vivido varios años en América Latina y en Oceanía; Vltchek reside actualmente en Asia Oriental y en África. Puede visitar su sitio web
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